Se acerca la celebración del Día de muertos, una fecha sensible para la gran mayoría en nuestro país, tiene un gran significado, aunque lo hemos llevado a un evento algo festivo ¡lo aclaro! sin embargo no deja de tener un gran sentimiento de tristeza, de pérdida y de distancia.
La memoria de los difuntos, el cuidado de las tumbas y los votos son testimonios de confiada esperanza, enraizada en la certeza de que la muerte no es la última palabra sobre el destino del ser humano, ya que el hombre está destinado a una vida sin límites, que tiene sus raíces y su realización en Dios.
La muerte como tal es una pérdida de un ser querido, de alguien que conocimos, quisimos y con quien convivimos, entre más cercanía tuvimos con esa persona la ausencia de ese ser querido es un dolor que desgarra el corazón, en la que llegan a doler tanto el alma, el cuerpo y hasta los huesos, momentos en los que no encontramos sitio, sin embargo es el tiempo y las creencias las que nos dan fortaleza, para que ese dolor se transforme en recuerdos… esos recuerdos que nos llevan a olvidar los malos momentos y recordar los mejores que tuvimos con el ser que se fué.
Este encierro nos ha mostrado lo frágiles que somos, nos ha llevado a valorar lo realmente importante y qué es lo realmente importante pues las personas que nos rodean.
No sabemos cuanto tiempo las vamos a tener junto a nosotros, no sabemos cuánto tiempo podemos disfrutar de sus risas, de sus plantitas, de su compañía aún con sus aspectos gratos y molestos, aspectos que tiene cualquier grupo social que convive en un espacio limitado todos los días.
También están aquellas personas que no están cerca de nosotros y que por la pandemia y la distancia no las podemos ver ni visitar sin embargo ahora con estos adelantos tecnológicos tenemos la oportunidad de comunicarnos con ellos y tratar de demostrar el cariño; o/y la fraternidad, por cierto no caigamos en solo contestar a quien nos cae bien o nos gusta su plática, procuraremos dar cariño y estar en contacto con todas las personas que nos necesitan.
Cuentan que Diodoro un filósofo griego estaba expurgando entre los huesos de varios cadáveres cuando se le acercó Alejandro Magno y le preguntó ¿Qué haces con esos huesos?’ Estoy tratando de encontrar los huesos de tu padre pero me doy cuenta que todos somos iguales.
Pues sí, todos tenemos el mismo principio y el mismo fin, todos vamos a morir en diferentes momentos, nos llegará la muerte, somos “viajeros en esta vida” y como tales tenemos que tener nuestra maleta lista para partir, ¿qué vamos a meter en ella? Pues en realidad no nos vamos a llevar absolutamente nada, así es que no tengamos apego a las cosas, porque no las podremos llevar, no nos aferremos a nadie por que los tendremos que dejar, viajemos ligeros, vayamos dejando en nuestro camino todo aquello que nos ata y no nos deja cumplir con lo que tenemos que hacer, es decir poder lograr la trascendencia con nuestro fin último.
Y me preguntarás o dirás, no me puedo ir porque tengo muchas cosas que hacer, pues te diré, que nadie sabe ni el día, ni la hora, por ello más nos vale que cada día que vivimos tengamos esa actitud de servir a los que están a nuestro alrededor, con cariño, humildad y alegría como si fuera la última vez que lo vamos a ver. Dejemos como equipaje buenos recuerdos, momentos alegres, actos de servicio, ayuda a los demás.
Enseñemos a nuestros hijos o a los que nos rodean a tener una mirada magnánima hacia el futuro, a ponerse metas muy altas, ¿cuál es la más alta para mí? Ganarse el cielo. Enseñémosles a ser independientes, que nos extrañen con la alegría de que son personas independientes, capaces de manejar su libertad que sean valientes para luchar por lo que quieren, que sepan que siempre tienen que servir a los demás para dejar un mundo mejor pero sobre todo lo que debemos sacar de la maleta de nuestro equipaje es esa alegría que como si fuera un perfume debemos rociar cada día en nuestro que hacer diario y cuando llegue el momento de irnos, nos iremos al encuentro del Señor con esa felicidad que da el haber cumplido con nuestro paso por este mundo.
Si tenemos la desgracia que son otros los que se van antes que nosotros, vivamos cada día con ese rocío de alegría que debemos esparcir, con esa actitud de servicio que logra que la vida de cada quien sea niño, anciano o este enfermo sea plena y feliz.
Aprovechemos mucho la generosidad y la oración, comprendamos que para Dios no hay tiempo ni espacio que podemos rezar en todo momento por los seres queridos y por nosotros mismos para que el Señor en el momento de nuestra muerte nos recoja en el mejor momento para encontrarnos con él.
Lo maravilloso de sabernos viajeros es que estamos conscientes que no nos vamos a llevar nada más que las cosas buenas que hagamos y que nos vamos a ir a otra vida mucho mejor en donde nos espera un Padre Amoroso que nos creó, murió por nosotros y quiere nuestro bien.
Recemos por nuestros difuntos.